“Meditemos en la valija de fuego
se la usa en los infiernos despiadados
contra la nieve, contra el lirismo, contra el odio de los amigos
sólo fracasa con el frío de la muerte
busquemos en nuestra valija de fuego las suculentas podredumbres
para mezclarlas con los sombríos deseos celestes.”
La Valija de Fuego, Aldo Pellegrini
I
“Lo mamón de ser librero es que uno se vuelve mierda la espalda” me dice Marco Sosa, de 36 años, luego de cargar una caja de libros y enderezarse. Es la tercera caja llena y en la que van cinco revistas de moda de 1904 o 1905, no hay certeza. Siempre que se agacha su chaqueta de jean oscura no le alcanza a cubrir todo y una parte de un tatuaje se le alcanza a notar. Le pregunto si tiene un cinturón de carga, el me responde que sí pero no lo usa porque le parece incómodo. Mientras Marco sigue en la tarea, una joven de pelo negro, largo, hace el inventario en la computadora que es registradora y junto a la que están las cajas. Él dice hacer inventario es la actividad favorita de Diana y ella responde mirándome con ironía mientras se apunta a la cabeza con la mano como si fuera un arma.
Estamos en un local pequeño con muchos estantes y lo que parece una mesa de exhibición. Todo está lleno de libros. También hay una nevera antigua abierta que guarda algunos cuadros y stickers. Encima de esta hay pines metálicos con diferentes figuras, en las que puede notar una calavera. Hay unas sillas que parecen sacadas de un cine o un teatro sobre las cuales están colgados otros cuadros, que no están a la venta. Cerca a esto hay más libros.También hay una silla que parece de iglesia y detrás de la cual están pintados Edgar Allan Poe, Charles Bukowski, Arthur Rimbaud y William Burroughs; todos vestidos como si fueran parte de una banda de rock. Encima de las siluetas está el mensaje “Books not dead”. A la izquierda de Rimbaud hay más libros. A la derecha de Poe hay una habitación más pequeña con libros en cada pared, algunos cuadros y prendas colgadas en ganchos de madera.
Todavía me sorprende que la gente entre al local, ubicado en la Séptima con calle 46 en el costado oriental, y le diga a Marco, a Diana o a Lorena —otra joven que trabaja medio tiempo aquí— “¡Ay, tan bonito! ¿qué es esto?”. Tal vez las mesas y sillas que están afuera pueden despistar un poco y hacernos pensar que sólo es un café, pero tan pronto se cruza alguna de las dos puertas de vidrio no queda duda que lo que se haga en este sitio tiene que ver con libros. Aquí, en el cuarto local que tiene la Valija de Fuego desde que Marco la fundó hace ocho años, se venden libros: “Siempre tuve la idea de tener un lugar con libros”.
En un momento de su vida llegó a tener más de 1500 libros, revistas, fanzines y periódicos anarquistas. Algunos de ellos aún están en los estantes de la Valija
Marco tuvo gusto por la lectura y por la música desde niño. La lectura se lo inculcó su padre, Manuel Darío, quién le compró, en la primera o segunda Feria de Libro de Bogotá, El Libro Gordo de Petete, famoso por dar nombre a los segmentos televisivos de la década del 80. La música la fue descubriendo con sus amistades de niñez, especialmente con un compañero llamado Hugo, quien lo vio una vez con su walkman Sony Sports en el bus del colegio y le preguntó qué estaba escuchando; luego de reprocharle su selección empezó a pasarle casetes con metal, new wave, rock, hasta que llegó uno que aparecía marcado como ‘Punk Undergound’ y le erizó los pelos al escucharlo.
Tiempo después, a los 9 ó 10 años, mientras caminaba con su padre por la Plaza de Lourdes, vio pasar a un tipo con una cresta parada con témpera roja, tenía taches y nodrizas en su ropa, “creo que era el Mancho”, dice, un punkero reconocido en la escena y miembro de bandas como Ultimatum y Los Manolos. Mientras Manuel Darío le decía a su hijo “ese señor parece un desechable”, Marco solo podía pensar que así quería ser cuando grande, lejos de la imagen de niño gordito, con honguito y zapatos ortopédicos.
Se empezó a vincular con la escena. Iba desde su casa, que quedaba en Suba, hasta la Calle 19 con Séptima para pasar rato con los punks, para alejarse del ambiente gomelo que lo rodeaba pero poco le gustaba. Iba con la ropa que él mismo ‘arreglaba’: les hacía parches con corrector o marcador negro. Allí llegaba a poguear, tomar alcohol —chamber (alcohol etílico con frutiño) o vino o cerveza— y escuchar su música favorita, mientras el grupo robaba luz de los postes y pogueaba. Era la tercera generación punk bogotana y aún les tocaba difícil, recuerda.
En aquel sitio aprendió a hacer fanzines y a intercambiarlos para así tener nuevo material de lectura sin invertir dinero. También cambiaba música y libros. Todo ocurría frente a un centro comercial llamado Los Cristales donde quedaba la legendaria tienda bogotana de música Mort Discos, los interesados en hacer trueques ponían una tela frente al edificio donde organizaban lo que había disponible. Los libros que Marco no podía conseguir así, los buscaba en la biblioteca o se los pedía a su padre, “él nunca me negó dinero para un libro”.
En su adolescencia, leyó libros como Un hombre de Oriana Fallaci o Recuerdo de la casa de los muertos de Fiódor Dostoyevski. Se volvió fanático de la ciencia ficción o de la ‘literatura de anticipación’ como le gusta llamarla. Al mismo tiempo se iba interesando más por el anarquismo y empezó a reunir poco a poco literatura relacionada con el tema. En un momento de su vida llegó a tener más de 1500 libros, revistas, fanzines y periódicos anarquistas. Algunos de ellos aún están en los estantes de la Valija.
II
Al final dejó listas tres cajas y una maleta llena de libros, unos 400 ó 500, con espacio para algunos stickers, en una demostración de un juego perfecto de Tetris. Todo esto irá al Festival de Librerías Arcadia que se realizará en el Parque de la 93 los días 7, 8 y 9 de octubre. No es un evento menor, junto a la Feria del Libro es uno de los momentos en los que más vende en el año. En un mercado tan difícil en Colombia como el de los libros, este tipo de actividades le permiten nivelar a Marco seguir adelante con La Valija de Fuego, nombre que tomó de un poema de Aldo Pellegrini, precursor del surrealismo latinoamericano. Desde entonces una quimera escupe fuego en el logo del local.
En algunas ocasiones no hay dinero para que él pueda pagarse su salario, sin embargo, los otros empleados nunca dejan de recibir lo que les corresponde. Marco tiene otras ventajas al tener su librería: hace diseño editorial, trabaja en arte gráficas y publica libros con su editorial llamada La Valija de Fuego, de los cuales es editor. Con el Manifiesto Punk Tercermundista llegó a 17 libros publicados. También es investigador de la Biblioteca Nacional, donde actualmente está desarrollando una fanzinoteca. Para este empleo tuvo que hacer la primera hoja de vida de su vida, en la que su único diploma era el del colegio.
Su amor por la lectura le ha permitido ser un autodidacta. “La academia es la especialización del trabajo y es la especialización de la vida, y yo creo que eso lo que ha hecho es que los seres humanos nos volvamos casi que robots conocedores de un tema particular”, me dijo Marco, “leer es estar siempre en movimiento”.
De esta manera aprendió del negocio editorial. Sabe de los libros que tiene a la venta, unos 5000 calcula él. Aprendió de precios, de autores y de diferentes tendencias literarias. En su local no encontrará un libro de Coelho —“que es una mierda”, asegura Marco— o la saga de ficción del momento, la idea no es replicar lo que hacen otros establecimientos.
Caza libros en cualquier lugar. Hace poco encontró varios libros eróticos de comienzo de siglo, censurados por la iglesia parece ser, en la biblioteca de un sacerdote que ni sabía de qué eran. Ha buscado en bodegas, entre los recicladores, a veces pide por encargo, otras veces revisa con cuidado lo que hay en la calle y en otras le llegan donaciones. Una vez en el centro encontró una primera edición de Gabo firmada, la compró en $15.000, se la vendió a un librero pasamanos (aquellos que se encargan de buscarle clientela a libros caros y aseguran que al primer librero tener ganancia rápida) $600.000, quién al final lo vendió en $2 millones.
Ahora, siempre que encuentra un libro de primera edición de algún escritor latinoamericano, llama al escritor Juan Camilo Rincón, autor de Ser colombiano es un acto de fe y Viaje al corazón de Cortázar, quién pide que se lo guarde hasta que pueda comprarlo.
Hace poco encontró varios libros eróticos de comienzo de siglo, censurados por la iglesia parece ser, en la biblioteca de un sacerdote que ni sabía de qué eran
La Valija de Fuego no tiene todos los lanzamientos recientes de grandes editoriales, pero tiene libros que es difícil encontrar en cualquier otro lugar. Un ejemplo puede ser Testigo de raza de Hans Jung Massaquoi, un ciudadano libero-alemán que sobrevivió al régimen nazi, o Técnicas de defensa personal, un libro que recopila el trabajo del cartelista mexicano Santiago Solís. Al mismo tiempo puede encontrar pequeñas muestras del trabajo de artistas como Enka o Toxicómano Todo busca mostrar otras ópticas del mundo, el objetivo central del lugar.
Marco cuenta que ahora las editoriales se aseguran de tener inventario allí. En un principio no era así, ya que cuando iba a presentarse como dueño de una librería, lo miraban por encima al verlo con su peinado mohawk, sus múltiples tatuajes –entre los que están una calavera que dice lee o muere en su pierna derecha y ‘F451’, una letra en cada dedo de la mano izquierda, haciendo referencia a Farenheit 451’–, sus pantalones entubados y su chaqueta con taches. Nunca cedió a vestirse de traje y corbata. Así como la Valija no ha cedido a vender lo que está de moda.
Pudo ser que algunos se intimidaran con él, Marco podría cuidar la entrada de un club nocturno por su estatura y complexión. En más de una ocasión ha tenido que hacer gala de ellas por sujetos que intentaron robarle libros, “ya le he tenido que pegar a dos”, dice.
Pero la pinta también puede confundir a los clientes. Un día una señora muy elegante le dijo a Marco que quería conocer al dueño porque estaba encantada con la selección, la decoración y los empleados. “El dueño llega en 15 minuticos”, le respondió. La señora esperó. “Ahora viene” le replicó él luego de que indagara de nuevo por el dueño. Al final la señora se fue a despedir y a dejar el mensaje que lo había estado esperando, “mucho gusto, yo soy el dueño, Marco Sosa”.
III
Es viernes en la noche y hace mucho frío en el Parque de la 93. En una tarima está un grupo de jazz tratando de calentar el ambiente mientras el poco público está de pie o sentado en los puffs. Hay varias casetas que imitan pequeñas carpas de circo cuadradas que son el espacio de las diferentes librerías que vinieron al evento organizado por la revista literaria Arcadia. Marco está frente a su puesto habla y ríe con tres amigos mientras se toma una cerveza en lata.
Desde que visito La Valija de Fuego he visto cómo varias personas entran solo para saludar al dueño del local. Al igual que cuando habla con Lorena y Andrea, no faltan risas y bromas, se puede oír alguna broma. “Cuenta los mismos chistes siempre”, dice Lorena. La impresión de guardia de bar es solo eso, una impresión, una rápida y superficial. Sin embargo, de esa impresión se agarraron los medios cuando lo presentaron como miembro de las FARC hace unos 8 años.
Marco fue testigo del homicidio de Nicolás Neira Álvarez, un menor de edad que fue asesinado por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) en la marcha día del trabajo del 2005 (caso por el cual el Estado Colombiano fue condenado en 2011 por el Juzgado 37 Administrativo de Bogotá).
“Como librero, uno tiene una responsabilidad social”
Desde entonces fue objeto de amenazas e intimidaciones. Primero estuvo un tiempo en Venezuela, vendiendo libros y fanzines en la calle. Luego, viajó a España gracias a un programa del Principado de Asturias junto a un sobreviviente de la masacre de El Salado, un sindicalista al que habían intentado matar y a un campesino de Cundinamarca amenazado.
Regreso a los seis meses y la situación no había mejorado. La policía lo capturó y mostró en los medios un cartel en el que era señalado como colaborador del grupo guerrillero y varias imágenes de seguimiento. Marco decide salir del país y viaja por Argentina, Perú y Ecuador. Cuando regresa a Bogotá, año y medio después, funda el primer local de la Valija de Fuego en la calle 43 con carrera 19. Empezó con 200 libros.
Así empezó a ser librero, un oficio que él considera noble. “Como librero, uno tiene una responsabilidad social”, dice “en un país como Colombia, que la gente lea, se informe, cualquier conocimiento es una apuesta para un cambio. Por eso creo que hace que el oficio sea más noble que en otros lugares”.
Su objetivo con esta empresa quijotesca, como Marco la llama, no es volverse rico sino poner a la gente a leer, a los que ya leen y a los que no. Mostrar que la lectura no es solo para la bohemia o la erudita sino que cualquiera puede leer. “La gente que ha tenido acceso a la cultura ha sido quisquillosa con eso, entonces se vuelve como una élite, ‘los demás son brutos menos nosotros’, y eso ha hecho que la gente del común le tenga reticencia a la lectura”, señala el librero. Por eso lleva sus cajas llenas a la feria que lo inviten, no solo a eventos de libros.
En un momento decidió ofrecer también café y puso las mesas y las sillas que están al frente. Sin embargo, manejar las dos cosas le parecía demasiado y se quedó con lo que le gusta más, los libros. El negocio de la bebida oscura quedó a cargo de William Mesa, un amigo. Marco aprovecha sus energías para sacar nuevos libros con su editorial, para la Feria Internacional del Libro vienen tres, de momento: un ensayo en español y en sueco sobre el poder, un libro para niños que no busca dejar moraleja –esa parte moralizante que siempre está y a él le parece malsana en la literatura infantil porque busca crear culpa para toda la vida– y un libro sobre la historia social del pelo.
De momento, Marco planea seguir con el ritmo de vida que le gusta: haciendo resistencia con su librería, promoviendo la lectura; leyendo alguno de los libros que le llegan antes de que le salga cliente; jodiéndose la espalda por cargar cajas llenas de libros; buscando que en los eventos grandes, como la feria de Arcadia, le permitan cuadrar las cuentas. En esta última no lo logró, de los $7 millones que logró en la versión anterior, pasó a $3.200.000. No se desespera, es librero por pasión y no para sobrevivir, sigue tranquilo manteniendo a su “monstruico particular” –como la llama–, a su quimera, a La Valija de Fuego.
Ilustración: Juan Andrés Rodríguez Murillo / Digitalización: Estefanía Noreña M